La actividad histórica: los orígenes de Castilla
Su dificultoso acceso hizo que el Valle fuera un bastión invulnerable en las épocas de conflicto. El nombre de Valdivielso aparece escrito en documentos, por vez primera, tras la caída del mundo visigodo.
En la época romana y medieval, el Valle fue un lugar de paso y unión entre los páramos castellanos y el mar Cantábrico, como así lo atestigua la calzada que sube desde El Almiñé. Esta antigua vía de comunicación era una parte del Camino Real que unía Burgos y Laredo, por donde camino Carlos V en su destierro hacia el monasterio de Yuste. La calzada también fue denominada posteriormente como la Ruta de la Lana.
En el siglo IX una legión de eremitas toma el valle. Ocupan cuevas y abrigos, habitando minúsculos eremitorios en los más apartados rincones. Pero los monjes de San Pedro de Tejada tienen vocación comunitaria: crean parroquias, auspician la repoblación y controlan pequeños núcleos campesinos: las "comunidades de aldea".
Durante el siglo XIII el Monasterio de San Salvador de Oña extiende su largo brazo protector sobre Valdivielso. Es el momento de su plena incorporación al Condado de Castilla. Ya forma parte del Concejo Mayor de las Merindades de Castilla la Vieja.
Sus regidores, fieles a ancestrales costumbres paganas, se reúnen en la Dehesa de Quecedo "debajo de una encina", donde deciden el futuro de la Merindad. Este pequeño Valle ha tenido gran importancia en el desarrollo histórico de Castilla y buena muestra de ello son las abundantes casonas, torres y palacios.
Un intenso legado artístico:
Valdivielso conserva de su pasado un valioso patrimonio, en el que la arquitectura románica es su pieza esencial: de primer orden son las iglesias de Valdenoceda y El Almiñé y, por encima de cualquier otro monumento, la iglesia de San Pedro de Tejada en Puente Arenas, preciosa joya del románico universal. Pero además de ellas en el valle encontramos numerosas iglesias, que pese al paso del tiempo han conservado elementos románicos y góticos.
El ejemplo más primitivo de la arquitectura fortificada lo encontramos en el inaccesible castillo de Toba. En algunas poblaciones del Valle, como Valdenoceda, Quintana, Población, Valhermosa, y Quecedo se elevan sus torres defensivas. Los palacios y casas armeras que aparecen en todos los pueblos, son testigos de la antigua condición de hidalgos de la mayoría de sus vecinos y de los numerosos linajes que tuvieron por cuna el Valle.
La arquitectura popular sintetiza los elementos traídos del Norte y de los páramos en una mezcolanza variada y sorprendente, recibiendo mayor influencia de la casa montañesa. El modelo de casa responde a una construcción de planta rectangular, con una o dos alturas, con gruesos muros de piedra de mampostería encalada y escasos vanos que aparecen recercados por sillar, al igual que en las esquinas de las casas, y con un tejada a dos o cuatro aguas, en función de si la casa se adosa a otras formando una hilera o calle.